No mencionemos los nombres de
su madre, su padre o su esposo. No nos refiramos con sorna sutil a sus valores
coloniales, o a su catolicismo proverbial y conductista. Digamos, mejor, que
fue Soledad Acosta de Samper, mujer nacida en Colombia en 1833 (sólo tres años
después de la disolución de la Gran Colombia, y en plena presidencia de
Santander); que viajó, y del mundo hizo su caleidoscopio de consideraciones;
escribió una pila asombrosa de novelas, tratados de historia, artículos de
prensa y una que otra obra de teatro. Como directora de la primera revista
femenina del país –1880–, La mujer: lecturas para la familia, afirmó: «La
mujer será un órgano dedicado al bello sexo, y al bien y servicio de él bajo
todos los aspectos. No las diremos que son bellas y fragantes flores, nacidas y
creadas tan sólo para adornar el jardín de la existencia; sino que les
probaremos que Dios las ha puesto en el mundo para auxiliar a sus compañeros de
peregrinación en el escabroso camino de la vida, y ayudarles a cargar la grande
y pesada cruz del sufrimiento».