jueves, 30 de agosto de 2012

Vida en Sociedad (II)


          Nadie quiere colaborar. Ricardo está sacando billete de otro lado (vaya usted a saber de dónde), Nora no encuentra trabajo, y Paulina (quien tiene una fuerza indiscutible para llorar y golpear las puertas), se halla al borde de una demencia típica por atención en medida extrema. Falta plata para el arroz, para la sal, para el aceite, y cuando se bajan los vientos de esa batalla, llega el casero a pedir lo del arriendo. Nora no sabe qué decirle, porque además, no es muy elocuente con las palabras; el casero, por el contrario, lleva cobrando la mitad de su vida. Está entrenado para excusas y se conoce de memoria los discursos amañados del que debe. Que se tienen que ir en quince días si no pagan, tiene una pila de quejas en su escritorio imaginario, dejó ese excelente inmueble en un precio ridículo y las goteras son inventos absurdos.

            Todos se van, menos Nora, que se encierra a escuchar música de los 70´s. No hay trago, porque no hay siquiera para el arroz.

……….

            Conozcamos al padre de Ricardito y la niña Paulina, quien pasa de visita por primera vez a la nueva casa: no habla con palabras en realidad; es decir, tiene un argot enorme de insultos que conecta y separa a su antojo. No termina las frases, porque, si lo pienso mejor, no tienen la estructura de frases. Se parecen más a ideas que llegan a su boca luego de pasar por una parte del cerebro que se desconoce a sí misma. Pero finalmente está agotado de ser un mantenido donde esa señora. Quiere salir uno de estos días a buscar trabajo porque lo suyo debe ser la independencia. Además, cuenta entre risas (complicando aun más mi improvisado oficio de traductor y amanuense) que anoche golpeó con fuerza a esa vieja que no sabe nada aparte de suplicar por su cariño. Nora ríe con él. Luego le recrimina por los niños, y como si fuera iluminado por un ser superior, nuestro caballero en busca de independencia y libertad, aclara que sin trabajo no hay plata, y sin plata no hay obligaciones. Es lo único que sale limpio, claro, como sentencia de juez ante cámaras y sindicado. Suelta otro par de insultos de cuatro sílabas cada cual, y sale ahuyentado por el solo recuerdo de sus hijos.


…………...

            Ella se va a construir en ese terreno, así le digan todos que es una invasión a la orilla de una quebrada peligrosa. No le importa, y sube el volumen de su voz mientras habla por teléfono con otra persona que no logro identificar. El señor del arriendo ya decretó la salida de mis tres nuevos amigos, por lo cual, no hay más alternativas, y nadie más en la existencia a quién recurrir. Y es una mujer de convicciones, de eso estoy seguro. Capaz ella de edificar muros en la ladera, levantar vigas con el talante de torre que me ha mostrado (o que he escuchado, para ser más coherentes), alzar edificios sólo con valor. Al parecer, se van mis vecinos, y tras ellos, las sobras de vida en sociedad.

……………

            No sé qué hacer. Estoy pensando seriamente hablar con el casero, y aclararle con tono firme, bastante esquivo fuera de las palabras que dejo en estas páginas, la importancia de no dejarlos ir. Vamos a ser ricos si este cuento se vende, recibiré contratos que apilaré en mi también imaginario escritorio, pago esa renta que es minúscula para las comodidades del inmueble, contrato señora del aseo para que se encargue de la cocina, le subsidio la independencia al hombre amable que da lecciones de libertad a ilusas querendonas, compro tres uniformes para la pequeña Paulina y le abro cuenta a Ricardito el empresario.

            Ellos, como pueden ver, son mi único contacto con el mundo. Cómo estará esto de inmundo. 

viernes, 24 de agosto de 2012

Vida en Sociedad (I)


Cómo estará esto de inmundo.

         Duermo en un pequeño cuarto, conectado a una cocina compacta, y una sala con una mesa de dos puestos sin más adornos que un frutero y un candelabro de bronce. Si agregamos el baño de revestimiento cerámico color lila, tenemos ya una imagen más o menos aproximada de mi apartamento. Pues bien, en este sutil recodo paso la mayor parte del día, y por ende, la gran parte de la vida. Al lado derecho de la biblioteca, que no supera los catorce volúmenes y a la que le sobran un par de estantes, una ventana de proporciones ínfimas, a sólo metro y medio del suelo, comunica al exterior: una especie de vecindad con patio en forma de callejón, donde se acomodan como los libros en mi pieza, cuatro casas húmedas, descoloridas, de techo raído, fachadas idénticas como vivienda obrera del siglo pasado, todas ellas pegadas como envueltas para viaje; todas ellas, a la intemperie, y por lo general, deshabitadas. Nos separa además del pasillo de cemento musgoso y los vidrios del portillo, una cortina modesta que recibí de mi madre en cualquier visita.

Y verán cómo empezó el ruido y la corta historia: hay vecinos nuevos.

…………

            Ella se llama Nora, y tiene dos hijos: Ricardito y la niña Paulina. Aparentemente, por lo que escuché esta mañana, Ricardo no limpió la cocina, no lavó ni un plato, le escondió el uniforme a su hermana, y tiene que entregar al día siguiente las tareas acumuladas de mes y medio. Nora se desespera. Ricardito intenta defenderse, pero no hay nada qué defender, y Paulina se pone a gritar con pausas aceleradas para tomar bocanadas de aire. No tiene uniforme.

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            Hoy aparecieron los amigos de Nora a las ocho de la mañana con una botella de aguardiente, y la firme intención de lograr que todos los que vivimos dos manzanas a la redonda aprendamos el exclusivo arte de apreciar la música de los 70´s. Hablan con vehemencia sobre la importancia indiscutible de cambiar al técnico del equipo, cambiar al alcalde porque cada día matan más gente, mudarse a un barrio de más clase, cambiar al mundo y arreglar esa cocina. Cuando el primero cae vencido por el trago comienza a pedir que le mermen al equipo porque se va de cama; por el contrario recibe silbidos y otro “guarito” doble para el malestar. Sigue vivo, y cerca del mediodía se escapan, posiblemente, a seguir repartiendo aguardiente y alegría en el remate.

            Los niños llegan a casa dos horas después, cuando la escena del crimen está limpia, excepto la cocina.

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(En pocos días, la segunda y última parte de este corto relato)