Para los
griegos del mundo antiguo la mujer era un regalo tramposo de los dioses; marcada
como caballo de Troya bajo el manto de piel divina y sencilla pasión, soportó
la suerte de la adversidad, o en cierto juego inverso de la idea, un bien
condenatorio. En su Teogonía, Hesíodo llama a la primera mujer kalòn kakòn, “mal hermoso”. Más que nota
histórica, prefiero apuntar pequeñas líneas sobre la literatura, que en
últimas, es un predio más fértil para cultivar ilusiones que florezcan en
redención: el ebrio insalvable se convierte en escritor de culto, el suicida réprobo
en maestro de la novela o la mujer violentada en testimonio revelador.
En una visita
a la librería Palinuro, Luis Alberto me regaló dos pequeños volúmenes –parte I
y II- de la colección Un libro por
centavos, de la Universidad Externado de Colombia, respectivamente los
números 105 y 106. El título de la pareja remite inmediatamente al poema El amenazado de Borges: Me duele una
mujer en todo el cuerpo. Se trata de una antología de mujeres poetas, y al
pasar el rato con estas páginas se llega sin posibilidad de renuncia, sin
opción de abandonar la lectura o de suspenderla por muchas horas, a cierta
orilla de una isla en principio desconocida. Hablo por mí, en una forma de
reconocer que leo poca poesía; pero esta labor necesaria de reunir 22 autoras
es asegurar un buen inicio, o por lo menos garantiza viaje placentero a ese
puerto singular para el pobre en versos.
Hay que leer
con calma. Se debe dar pausa como en la música, porque así han definido
múltiples conocedores a los buenos poemas. Y si alguno no le gusta o sólo le despierta
un sopor entre páginas, aguarde por otro que sí le detone la sensación, porque
probablemente sucederá; conmover el alma es una ciencia inexacta.
Cadenas
Como un niño
obstinado
que persiste
en salir del laberinto
deambulas
noche a noche por mis sueños.
Con el alma
encogida yo te sigo
sabiendo que
más tarde o más temprano
tú encontrarás
la puerta y yo el olvido.
Piedad Bonnett
Casa vacía
Todos los días
me deshago de la hierba
que crece
dentro de la casa
pero crece de
nuevo,
rompe la casa
y la deshoja.
A ella entran
todo el tiempo
cosas que se
hunden en la hierba.
Mi cuerpo es
esta casa vacía
a la que
también yo entro
pero que no me
habita.
Andrea Cote
Cristal
La imagen se
repite
como una
pesadilla infantil.
El cuerpo de
la juventud
reflejado en
habitaciones
donde los
espejos cubren las paredes
y el miedo se
confunde con la inocencia.
Aprendimos el
juego del deseo
hasta la
vergüenza,
hasta
quedarnos sin cuerpo
ni espejo.
Catalina
González Restrepo