lunes, 8 de septiembre de 2008

Entre mi cuarto y el quinto

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La amargura reposa en el fondo de la copa.
La atmósfera circundante es, de manera lúgubre, bastante similar a la pesada niebla que cubre en la noche el viejo parque de mi barrio. Posiblemente eso fue lo que me despertó para introducir mi propia existencia en un dolor de cabeza insoportable. Cuantos recuerdos y cuantas imágenes se me hacen irreconocibles, para orgullo de las sombras adheridas al olvido durante su compañía.

Una buena velada, si me preguntan. Lástima que me embriagara tan rápido, entre mi cuarto y el quinto. Ahí es donde comprende uno el porqué de tantas matadas en moto. La rapidez debe ser algo mortal cuando se pierde el control sobre el hombre y se empieza a dialogar con la bestia imperiosa e ilimitada. Lo eterno enamora a todo el que se va a morir, pero a mí, a mí me desborda en el caos de la pasión por llegar al infinito. Sólo es cuestión de cerrar los ojos y admirar en la oscuridad lo lejano y hermoso del espectro que no se admite, sólo se besa.

Besos…claro. Eso fue lo más apoteósico de una noche poco promisoria. Con semejante trofeo entre las manos de un completo desafortunado, ya puedo recordar el momento exacto en el cual me desconecté de la faz de la tierra, para dormir en mi mundo donde siempre soy el fausto vencedor. Entre mi cuarto trago y el quinto de ella. ¿Cuánto, hermano? No le entiendo. Sírvame un poco más que no tengo penas para olvidar, sólo para adquirir con locura y de contado, por que lo tienen que perseguir a uno a donde vaya. No descansan hasta esposar el alma que se siente soberana, mientras la pobre llave se sumerge en la copa que acaba de ser servida. Pero su figura encantadora únicamente jugaba con el contraste paulatino entre mi embriaguez de cuarto golpe y su sobriedad de quinto, con las luces del lugar como secuaces de tradición.

Debo tener ese teléfono en algún lugar. En ese papelito reposa mi esperanza de escapar, al igual que con el licor, de ese sentimiento de amargura que al final se funde con mi trago para volver un día cualquiera. En este caso hubo besos, pero es preciso conseguir más si quiero marearme con la velocidad de mi huida, cortando la niebla que inunda mi habitación. Viajo y me siento en el parque a recordar. Un cigarrillo, canción de idilio y mi tormenta interior.

Dan ganas de prender la grabadora a ver si me encuentro con Bon Jovi. “Cold is the night without your love”. Esas son las canciones que me llevan hasta la entrada principal de mi colegio, por allá en los 90´s, Para aquellos días, la oficina del Director era vista como el cenotafio de nuestro aprendizaje, llorando en el fondo del corazón ante el temor de una suspensión. Se pierde por completo las ganas de leer con tanta televisión y regaños que convertían las tardes anheladas en un escándalo a la vida. Aún ahora me da pereza tomar un libro. Desearía tener en frente mío, con mirada firme y frívola, al mismísimo Ciorán para mandarlo tragar todas sus palabras que sólo atormentan mi ya consternada existencia. O mejor aún, mandarlo emborracharse con ellas, y finalmente, ver su cabeza estallar de tanta filosofía, como la embriaguez del amor que sólo desemboca en la jaqueca del desengaño. Que se muera la verdad, por su sabor a guayabo.

Se corta el aire entre el humo del cigarrillo y tantos momentos conducidos de paseo, para tener algo que devorar a la hora del almuerzo.

Hace ya tiempo que no me detenía a pensar en mi papá. Ya ni siquiera evoco la sensación extraña que me hizo dejar esa foto suya en mi mesa de noche, como único enlace entre mi pasado y mi presente. Tantas veces me he sentido traidor, tantas traicionado. Pero eso se entiende si lo vemos como una adicción a engañar y a perderse en el rumbo que cautiva por ajeno. Lo más curioso es que la mirada hacia su imagen es guiada por una línea blanca que lo haría compadecerse de su hijo para pasar a odiarlo por dejar la casa tan desordenada como la vida misma.

Militar de profesión, no debe tener ni la más remota idea que su vástago se haya sentado en la cama, con el teléfono en una mano y la desazón en la otra.

Hasta ahora no me había percatado del extraño deseo de llamar. Es como si cada número marcado me indicara que todo está bien, y al otro lado una suave voz me esclareciera todos los acontecimientos que aún intento acomodar a mi beneficio. Pero no lo haré, de eso estoy seguro. Como Heráclito, dejaré que todo fluya entre la morena ágil que no sucumbió al quinto, y el simpático compañero de mesa, perdido lentamente cuando le sirvieron el cuarto.

En otro lugar, en otro momento, nos hemos de encontrar.
Los domingos similares a este me parecen tan encumbrados como el incesante resplandor que golpea el rostro al amanecer, cuando todos deseamos la extinción del sol aunque eso signifique el deceso de la humanidad.
Considero, entonces, irme a descansar. Demasiadas emociones me quitarán el aliento y la tranquilidad por varias jornadas y esperan ser vividas con igual carisma que las noches de comodín. Sólo voy a esperar otro beso con sabor a trago pesimista, jugando a ser la puerta del adiós. Cálidamente sumergirme en los recuerdos indivisibles y las miradas con forma de cazador. Espérame, madrugada, que otra historia me seguirá los pasos por donde vaya hasta que yo descubra mis brazos y la atrape, para encerrarla entre mi cuarto…y el quinto.

“Siempre es peor al día siguiente”
Séneca