martes, 28 de abril de 2009

Cuento de la Bella y la Bestia

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Metal Medallo, Febrero de 2009.

Comenzó lentamente a descender por las escalas que conducían al interior del recinto, atravesando el cortejo fúnebre sin tristeza alguna en los rostros. Incluso, habría sido difícil describir las expresiones múltiples, debido al cabello largo que cubría las facciones, así como la sombra que extendía su brazo con la caída del atardecer. Casi las seis de la tarde, un ruido tenue pero prolongado, -estridente- llegó a pensar, pero lejano, o posiblemente, cercado por paredes de concreto reforzado.

Un café que ahora juega a ser bar. Concluyen los escalones y un salón de mediana extensión presenta obras de arte en sus paredes blanqueadas. Sin embargo, otro culto místico, la música que fluye como río desenfrenado, no permite que la vista se concentre con entereza. Prefirió cerrar los ojos por un par de instantes que se hicieron tan eternos como la nota emitida por la guitarra. –Oh, por dios- pensó, ante el rostro de Porfirio Barba Jacob, claroscuro, impotente, pero atento. Otros dos pasos y enceguecido entre aquella penumbra comenzó a caminar hacia la entrada principal donde un sujeto alto, bastante fornido, le solicitó el tiquete de entrada.

Fuerza de la batería, la distorsión espléndida, la pintura blanca y negra, cabezas que se balanceaban al ritmo del pedal constante. Se sintió de lleno inmerso en ese mundo del metal impecable, donde la tarima le ofrecía un show jamás antes presenciado por su inocente humanidad. ¿Un extraño para los presentes? Imposible llegar a definirlo. Entendió, con razones que sobran al entendimiento, que ese metal escrito desde el insano odio, pero a la vez–en paradójica fusión- con la espiritualidad del amor enceguecido, le apasionaba hasta el punto de mover cada fibra de su ser.

La segunda banda preparaba todo para que la noche llegara a su apogeo. Tenso pero con actitud de ansiedad fluctuante, buscó un sitio entre el público para sentarse. Casi a tientas, alcanzó un pequeño recodo que le ofrecía la panorámica completa. De repente, ante él, la salida vampírica de Carmilla Morte. La belleza femenina se deslizó y comenzó a desenfrenarse. Pasión por la sangre, pasión infinita, labios rojos y vestimenta gótica se conjugaron en espléndido performance. Nefilim, banda que se atribuyó el preámbulo, despedazó los telones de fondo con la voz desgarrada de doliente cantar. Ahora, la bella, cautivaba con traje púrpura a los encantados asistentes a su ceremonia. Nuestro visitante escuchó absorto la unión matrimonial del violín con la presencia melódica de aquella joven pálida, cubierta por las luces titilantes del escenario y las siluetas que desfilaban por la tarima jugando a ser cazador y presa. Literatura convertida en teatro, teatro convertido en Metal.

El espectáculo concluyó cerca de la medianoche. Un trago de ron en el café que jugó a ser bar hasta el final. Aún en la cabeza, el paso veloz de imágenes incompletas y las líricas agresivas de cinco bandas que dieron todo para que la velada estuviera impregnada de Metal pulsante y delicado. De virtuosismo se hablará durante un tiempo prolongado, gracias a nuestro amigo furtivo que adquirió por casualidad del destino su entrada a un concierto de apreciaciones privilegiadas.

Las escalas al frente y comenzó su ascenso, para darse cuenta que ya la luz le producía fastidio, ya la penumbra no sólo había afectado levemente su retina. Ahora era su mente la que le pedía con insistencia un poco más de música escrita con odio y amor, más violencia en letras e historias lúgubres. Salió al vestíbulo y sintió escalofríos. Fue preciso cerrar la chaqueta de cuero negro y meter las manos en los bolsillos en busca de calor escondido. Miró hacia atrás, al teatro que aún permanecía abierto. ¿Salió de un cuento que le transportó a la danza de la Bella y la Bestia? No lo sabía, pero, luego de vacilar y sacar el viejo reloj que guardaba en el pantalón azuloso para revisar sus posibilidades, dio vuelta atrás para tomarse un último trago y devorar un par de notas más…

Publicado originalmente en el Boletín de Asencultura, donde ha podido ser depositada la almohada del autor.