Voy a dar un
consejo al que quiere escribir, pero debo comenzar obligatoriamente con una
aclaración: lo suelto como lector, porque yo no escribo. A veces, sin
periodicidad ni plazos simétricos saco notas, observo un par de situaciones y
me las imagino entre frases y puntuaciones, me invento otro montón, trato de
pegarlas con descripciones escuetas, se cuelan en los intersticios algunos
pensamientos e ideas con poca afinación, y en fin, es el círculo de mi hábito. Nada
de falsa modestia, me tiro duro porque me conozco. Leo, sí, con más dedicación,
y me he topado con verdaderas piedras preciosas que fecundan imágenes nítidas,
precisas, elaboradas con tal filigrana, con esa madurez literaria tornada en
invitación contundente a seguir leyendo. Pienso de brochazo en lo reciente, El hombre que no fue jueves de Esteban
Constaín, o Lo que todavía no sabes del
pez hielo de Efraim Medina Reyes. Por eso, lo que voy a manifestar es más
lo que me gusta encontrar cuando leo. Pongo un ejemplo sencillo: le puedo
recomendar al chef que no le eche tanta sal al arroz porque me arrugó la sazón
al primer bocado, y no necesito ser cocinero para que tenga lugar la
apreciación; pero no me veo señalándole yerro en el tiempo de cocción de la
carne, la dosis de especias, exceso de ingredientes en la salsa, o una mala
elección de condimento.
Bueno, cuando
desee acomodar una descripción que atrape, vívida, procure ver su escrito como
el discurso elaborado por un hombre que sube a cualquier bus para vender un
lapicero, con ojos de descubrimiento, con ánimo de convencer, con el poder
innato de permitir al espectador un nuevo mundo escondido en algo que todos los
días toma en su mano. Hoy lo presencié, y la cosa fue más o menos así:
Damas y caballeros, reciban un saludo cordial,
mi intención no es molestarlos y simplemente voy a quitarles unos pocos minutos
de su agradable tiempo. En la tarde de hoy vengo a ofrecerles un producto de
oficina, de escuela, de hogar, necesario y de suma utilidad. Se trata de un
esfero retráctil –prueba el mecanismo sosteniendo el lapicero en alto,
abanicando para que sea visible el ejercicio desde ambas hileras de la
silletería-, con gancho de seguridad que permite fijarlo en el borde de su
bolsillo, o sostenerlo incluso en la solapa del saco, y así evitar su pérdida.
Viene con una mina de calidad de tinta negra que garantiza más de un año de
uso, totalmente cambiable, y el repuesto puede ser adquirido en cualquier
papelería de la ciudad. Escribe sobre casi cualquier superficie gracias a su
punta dinámica. Lo traigo en gran variedad de colores para el gusto de todos, y
sólo por hoy, sólo por hoy, escuchen con atención, queda a un precio de
promoción, gracias a esta campaña que estamos llevando a cabo en los vehículos
de transporte público.
Magistral. Considérese
a sí mismo un cocinero, algo así como el encargado de unir ingredientes que la
vida pone sobre la mesa de la imaginación, para que aparezca ante los ojos
maravillados de su comensal una variedad exclusiva de platos suculentos,
exóticos sin caer en lo vulgar, exactos en las medidas, precisos en los
sabores.