Puede ser tema frecuente en la literatura el
retorno idílico a la figura de la tierra como añoranza del que la busca o
tranquilidad del que la posee. Además, no es una línea perteneciente a latitud
particular o a temporalidad determinada en el mundo de las letras: toda
conquista es expansión del país propio, toda bandera izada simboliza presencia
y victoria. Sin embargo, no es tan sencillo explorar el cuerpo como territorio,
y probablemente el fenómeno –o la ausencia del mismo- provenga de teorizaciones
que complejizan la relación.
Una finca entre el paisaje montañoso de Antioquia
es el eslabón imprescindible que une el ser con el pasado copioso en momentos y
búsquedas en la más reciente obra de Héctor Abad Faciolince. Para los tres
hermanos que construyen la historia de La
Oculta, el cuerpo es un símbolo de sus contrastes que se vinculan en la
familia, o dicho de otra forma, es la concreción de la realidad: para Pilar el
cuerpo es un registro recatado de testimonios personales que justifican o
incluso legitiman la fidelidad a un hombre, a sus hijos, a su fe; para Eva, por
el contrario, el cuerpo es un estandarte enarbolado de su autonomía, la
independencia, la existencia como una yuxtaposición consciente de experiencias;
Antonio es el explorador de la línea familiar para encontrar en la huella de
colonos y campesinos la idea de aquel lazo con sus hermanas, con La Oculta, con el suroeste antioqueño. Antonio
–Toño- es homosexual, músico, vive en un apartamento en Nueva York junto a su
novio también artista, y bien sabe que el apellido paterno acaba ahí. Entonces
es fácil identificar las tres narraciones como una reivindicación de la memoria, escrita en la relación propia no con un terreno cercado, su lago de aguas oscuras
ni sus plantaciones o establos, sus pasillos o cuartos resguardando los
despojos de la vejez, sino con el otro como espejo de las rebeliones que cada
cual debe consagrar. Por ser Colombia, no es fácil evadir los rasgos más cruentos
de la violencia rural, la reflexión íntima sobre un estado ausente,
descripciones entrañables del miedo y la esperanza, el sueño del retorno o el
ideal de eternizar así sea sólo como imagen abstracta el instante complaciente.
Pero al final todo, el relato y las
impresiones que se atesoran en el baúl del tiempo, semejan a la tierra que pasa
a la lista de nostalgias desde la lejanía. En La Oculta los muros son filtros contra el pavor del abandono
prematuro más en los demás que en esta vida. Precisamente la pérdida de los
recuerdos, la inconsciente propensión al olvido, no es más que una suerte
liviana del destierro y la despedida.
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