martes, 21 de julio de 2009

Camino de pentagrama

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Días antes había llegado la invitación doble a la oficina, y luego de propuestas diversas, fue mi agenda la seleccionada para separar el tiempo. Sábado por la noche, 20 de junio, velada inaugural de la Fiesta de la Música. Observo las dos entradas y el volante que las acompañaba en el empaque plástico. Una apuesta de la Alianza Francesa que en esta séptima versión del festival tenía como idea (cumplido el objetivo a cabalidad), llegar a más lugares, a más personas. Más músicos y más presentaciones.

Con la vida que emana del arte los parques se colman de rostros conocidos y desconocidos, géneros de patrias ajenas y propias. Las tarimas se levantan para que las notas musicales nos regocijen con la esperanza oculta en las líricas y nos sintamos hermanos, habitantes de una gran casa. De 20.000 asistentes en el año 2005, se pasó a 150.000 el año pasado. La ciudad es agradecida con la amigable compañía de la cultura. Los valores de igualdad, fraternidad y libertad pierden su frontera, y se dejan seducir por nuestras calles, por la Medellín onírica.

Pero esta noche, víspera del solsticio de verano, me depara deleite inusitado.

El bus en el que vamos no escapa a la parsimonia nocturna del transporte público, y además está casi vacío. Mi acompañante, un amigo de cuadra, ha decidido asistir un poco en contra de su voluntad. No se pone en duda la fuerza de mis súplicas, y sin dar espacio a muchas conjeturas, estábamos camino a la Universidad de Medellín.

Jazz. Una agrupación norteamericana conformada por músicos de escuela, “The Juilliard Jazz Ensemble”. Según recuerdo, provenientes de una institución con suficiente renombre en las esferas artísticas neoyorkinas. Aunque una sorpresa de matiz local aguarda su momento de apertura.

Para que la noche adquiera calidez, el espectáculo inicia con la presentación protocolaria que conserva el toque informal de las muestras europeas. Un hombre que deja escapar su marcado acento francés agradece a la asamblea, todos los que con esfuerzo incomparable hacen posible esta fiesta desde 1982. Y ellos, los músicos, comienzan a ocupar su lugar con orden milimétrico, cobra vida en minutos la variedad instrumental de “Triaje”. Todo un recorrido por los sonidos del mundo.

Con un despliegue litúrgico de luces, percusiones, cuerdas y trepidaciones del piano, se pasa de un Jugueteo ligero, al recorrido sensitivo por los parajes y la orografía de oriente. Isis, posiblemente la interpretación más mágica, llega con la caída tenue de luz amarilla, nostálgica y exótica, sobre cada uno de los que ocupan el escenario. Ella, la hija del sol Ra, comparte su fuego con el público y lo siento ascender por mis brazos, conceder febriles imágenes de Egipto sin haber abandonado aquel teatro.

Continúa su presentación con Océano, y el turno es para las luces de azul profundo. Ahora es frio el espacio, y el canto de las ballenas que ambienta la composición nos regala otros ingredientes hieráticos: la inmensidad de las aguas, los embates del oleaje, la resistencia inmutable de las rocas que circundan una playa lejana.

Al final, como regalo extra luego de representar el papel de viajeros desconocidos en un mismo bote, el público marca el ritmo de la cumbia con sus aplausos. Regresamos a Colombia, al teatro que nos alberga, a la silla ocupada de donde habíamos sido arrebatados por la música, y su capacidad para engañar con argucias de incomparable belleza los sentidos del ser humano.

La presentación de los músicos norteamericanos, más formal y técnica, semeja por el contenido, vestuario e iluminación, una secuencia elaborada de imágenes cinematográficas. Los trajes de elegancia pulcra realzan su tonalidad gracias a las luces cenitales, la trompeta fluye como en improvisación consecuente y sincronizada con el piano y el bajo, todos los elementos que se conjugan para que la noche no dé lugar a otro tema de charla.

Dos estilos, igual pasión ante un público absorto. Afuera, todo camino parece adusto, cuando el que hemos transitado en aquel recinto está construido sobre las cinco líneas de un pentagrama.