lunes, 16 de mayo de 2011

Oficio

Al llegar a la entrada advirtió la presencia del hombre que aguardaba a sólo unos pasos del umbral. La puerta entreabierta dejaba escapar un vaho nauseabundo que aparentemente él no percibía con igual facilidad. Frente a frente, ambos se limitaron a levantar la cabeza con un movimiento seco, simulando un saludo de cordialidad inexistente, una camaradería que no pasaba de un par de ocasiones en las cuales el deber los ponía en la misma situación.

Y entonces, al trabajo. Ella dejó de observar al sujeto aquel que ahora desviaba la mirada hacia una pequeña ventana sin dos celosías, y el marco de aluminio empolvado por la falta de limpieza. Al otro lado, la superficie de ladrillos separados por líneas finas de cemento gris, recibía la poca luz que se permitía el frío atardecer.

Entró en la habitación, y guardó su escarapela, lentamente fue midiendo sus pasos con cautela suficiente para no alterar el espacio. Aunque en realidad consideraba ambos actos sin importancia alguna, era firme su supersticiosa costumbre de meter en el bolsillo la identificación, y no dejar rastro como parte de su labor. A otros les tocaba lo demás. Lo suyo era observar y dar un reporte seco, luego de organizar los detalles para corroborar que nada se escapara en el cometido.

-Ya llegué. Estoy entrando al cuarto- dijo activando el radio comunicador, sin cambiar el volumen de su voz por el olor penetrante que le recordaba los peores momentos de este oficio. Se acercó a la mesa de noche, donde el teléfono descolgado emitía el monótono pitido. Le pareció ver algo semejante a la ceniza del cigarrillo en uno de los costados de la cama, pero notó con desconcierto el cenicero completamente limpio, y el lugar sin una sola colilla como prueba de su hipótesis. En el baño, la bombilla encendida y las gotas de agua en la puerta de vidrio de la ducha, daban pie para suponer que había sido usada recientemente.

En la pared, la mancha de algo parecido al aceite de automóvil, combinada con las sábanas sucias y el sonido de los gritos retumbando en su cabeza, le hizo cerrar los ojos por un par de segundos, y contener una necesidad creciente de vomitar. Cada caso era diferente, pero cómo quisiera acostumbrarse, verlos todos igual, incluso hacer su trabajo con más premura que destreza, con más ritmo aprendido y menos sorpresa. Pero en estas carreras, el sentido se convierte en un extraño umbral entre lo que se permite a la imaginación, los sonidos, los rostros, la brusquedad abriendo la cortina del silencio, y el resultado final, espacio invadido por este olor tan fuerte que se enreda hasta en las telarañas.

La cabeza de la joven, cuyo cuerpo ya no estaba allí, había dejado dibujadas sobre la almohada un millar de líneas, arrugas sobre la tela que antes era blanca, y tres cabellos enredados en los filamentos, como pequeñas raíces. La violencia aún retumbaba en las paredes.

No por directrices de arriba, sino por higiene, no tocaba nada. Avanzaba como un fantasma recorriendo la mansión donde cumplía su eterna condena, con su escarapela y su radio comunicador, al tiempo que abandonaba en el cuarto los rostros, los gritos, los movimientos, la ducha y la necesidad de limpieza de quien habría usado el baño. Las nauseas sólo daban un poco más de prórroga, pero con el siguiente caso, tendría una vez más el imperioso apuro de cerrar los ojos y sentir que todo volvía a comenzar.

Un último vistazo al techo, y descubrió que no había mancha alguna. Ya tenía lista su conclusión, pero del otro lado sólo esperaban una respuesta, una orden simple. Encendió el aparato que sostenía en su mano y dirigiéndose con paso firme hacia la puerta entreabierta afirmó: -que venga la niña del oficio. Puede salir la pareja de la habitación 114-.

No hay comentarios: