Es la
pura verdad. Los aplausos iniciaron inmediatamente concluye su interpretación a capella de El día que me quieras, ese tango gardeliano que le hace poema a la
indiferencia con campanas al viento y estrellas celosas, y el público nada
indiferente le agradece al cantante golpeando sus palmas, y hasta cruza en ese
repiqueteo el silbido de alguien en la última banca; pero cójase el cambio: de
ahí pasa con versatilidad de artista consagrado al Ave María de Schubert, se pone cálido el ambiente de plegaria a la
santa virginidad de la inmaculada mater
et magistra, retumba el auditorio a la marcha de las trepidaciones que
mueven el cuello del hombre parado en el centro, mientras asciende hasta el
techo la fluidez del cansino dominus
tecum.
Presenta
disculpas por la ebriedad luego de la segunda tanda de aplausos, manda el índice
al timbre, anuncia que ya llegó, que acá se tiene que bajar, mil gracias por
sus cariños, y concluye el concierto improvisado.
—Hay cosas que sólo pasan en los buses de Santa Elena —dice una mujer compartiendo sorpresa.
Y viéndolo bien, es la pura verdad.
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