Cómo estará esto de inmundo.
Duermo en
un pequeño cuarto, conectado a una cocina compacta, y una sala con una mesa de
dos puestos sin más adornos que un frutero y un candelabro de bronce. Si
agregamos el baño de revestimiento cerámico color lila, tenemos ya una imagen
más o menos aproximada de mi apartamento. Pues bien, en este sutil recodo paso
la mayor parte del día, y por ende, la gran parte de la vida. Al lado derecho
de la biblioteca, que no supera los catorce volúmenes y a la que le sobran un
par de estantes, una ventana de proporciones ínfimas, a sólo metro y medio del
suelo, comunica al exterior: una especie de vecindad con patio en forma de
callejón, donde se acomodan como los libros en mi pieza, cuatro casas húmedas,
descoloridas, de techo raído, fachadas idénticas como vivienda obrera del siglo
pasado, todas ellas pegadas como envueltas para viaje; todas ellas, a la
intemperie, y por lo general, deshabitadas. Nos separa además del pasillo de cemento
musgoso y los vidrios del portillo, una cortina modesta que recibí de mi madre
en cualquier visita.
Y verán cómo empezó el ruido y la
corta historia: hay vecinos nuevos.
…………
Ella se
llama Nora, y tiene dos hijos: Ricardito y la niña Paulina. Aparentemente, por
lo que escuché esta mañana, Ricardo no limpió la cocina, no lavó ni un plato,
le escondió el uniforme a su hermana, y tiene que entregar al día siguiente las
tareas acumuladas de mes y medio. Nora se desespera. Ricardito intenta defenderse,
pero no hay nada qué defender, y Paulina se pone a gritar con pausas
aceleradas para tomar bocanadas de aire. No tiene uniforme.
…………
Hoy
aparecieron los amigos de Nora a las ocho de la mañana con una botella de
aguardiente, y la firme intención de lograr que todos los que vivimos dos
manzanas a la redonda aprendamos el exclusivo arte de apreciar la música de los
70´s. Hablan con vehemencia sobre la importancia indiscutible de cambiar al
técnico del equipo, cambiar al alcalde porque cada día matan más gente, mudarse
a un barrio de más clase, cambiar al mundo y arreglar esa cocina. Cuando el
primero cae vencido por el trago comienza a pedir que le mermen al equipo
porque se va de cama; por el contrario recibe silbidos y otro “guarito” doble para el
malestar. Sigue vivo, y cerca del mediodía se escapan, posiblemente, a seguir
repartiendo aguardiente y alegría en el remate.
Los niños llegan a casa
dos horas después, cuando la escena del crimen está limpia, excepto la cocina.
…………
(En pocos días, la segunda y última parte de este corto relato)
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