viernes, 24 de agosto de 2012

Vida en Sociedad (I)


Cómo estará esto de inmundo.

         Duermo en un pequeño cuarto, conectado a una cocina compacta, y una sala con una mesa de dos puestos sin más adornos que un frutero y un candelabro de bronce. Si agregamos el baño de revestimiento cerámico color lila, tenemos ya una imagen más o menos aproximada de mi apartamento. Pues bien, en este sutil recodo paso la mayor parte del día, y por ende, la gran parte de la vida. Al lado derecho de la biblioteca, que no supera los catorce volúmenes y a la que le sobran un par de estantes, una ventana de proporciones ínfimas, a sólo metro y medio del suelo, comunica al exterior: una especie de vecindad con patio en forma de callejón, donde se acomodan como los libros en mi pieza, cuatro casas húmedas, descoloridas, de techo raído, fachadas idénticas como vivienda obrera del siglo pasado, todas ellas pegadas como envueltas para viaje; todas ellas, a la intemperie, y por lo general, deshabitadas. Nos separa además del pasillo de cemento musgoso y los vidrios del portillo, una cortina modesta que recibí de mi madre en cualquier visita.

Y verán cómo empezó el ruido y la corta historia: hay vecinos nuevos.

…………

            Ella se llama Nora, y tiene dos hijos: Ricardito y la niña Paulina. Aparentemente, por lo que escuché esta mañana, Ricardo no limpió la cocina, no lavó ni un plato, le escondió el uniforme a su hermana, y tiene que entregar al día siguiente las tareas acumuladas de mes y medio. Nora se desespera. Ricardito intenta defenderse, pero no hay nada qué defender, y Paulina se pone a gritar con pausas aceleradas para tomar bocanadas de aire. No tiene uniforme.

…………

            Hoy aparecieron los amigos de Nora a las ocho de la mañana con una botella de aguardiente, y la firme intención de lograr que todos los que vivimos dos manzanas a la redonda aprendamos el exclusivo arte de apreciar la música de los 70´s. Hablan con vehemencia sobre la importancia indiscutible de cambiar al técnico del equipo, cambiar al alcalde porque cada día matan más gente, mudarse a un barrio de más clase, cambiar al mundo y arreglar esa cocina. Cuando el primero cae vencido por el trago comienza a pedir que le mermen al equipo porque se va de cama; por el contrario recibe silbidos y otro “guarito” doble para el malestar. Sigue vivo, y cerca del mediodía se escapan, posiblemente, a seguir repartiendo aguardiente y alegría en el remate.

            Los niños llegan a casa dos horas después, cuando la escena del crimen está limpia, excepto la cocina.

…………

(En pocos días, la segunda y última parte de este corto relato)

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